Me gusta derramar mi alma en valles escondidos,
recostado viendo al cielo su matiz divino,
mi mente evocando pasados días dormidos,
buscar las fantasías de mis sueños prohibidos
y ya en ese estado de felicidad ingenua,
sin las rutas toscas que me propinó el camino,
sin la injusticia oscura del que se dice hermano,
recordar con gusto las albricias del amigo,
gozarme así por aquel que le tendí la mano
y en éxtasis ante la nobleza del humano,
levantar a mi espíritu limpio y renovado,
y ya en ese bello estado, amar y ¿por qué no?
también el merecer de este mundo a ser amado.
Andrés Romo
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