Al llegar el ocaso yo recuerdo
bellas damas que fueron mis Helenas,
cuyos rostros de míticas sirenas
adornaban con pétalos de rosas,
y sus cuerpos tan frescos y lozanos
en mi lecho posaban tan divinos,
ofreciendo sus dotes venusinos
en escenas de amor tan luminosas.
Yo sentí los alientos de sus bocas
y bebí de sus labios la ambrosía,
disfruté los momentos de alegría
que sus ojos radiantes me brindaron,
provoqué sus orgasmos por caudales
y estrujé sus figuras con mis manos,
y vivimos instantes tan profanos,
que los dioses, celosos me envidiaron.
¡Cuantas veces oí decir te quiero
con un tenue susurro de paloma;
aspiré de sus cuellos el aroma
como aspiro las lilas pefumadas,
sus pezones me dieron dulces mieles
con el néctar de amor y de deseos,
y sintiendo el tic-tac de sus jadeos
la pasión resaltaba en sus miradas!
¡Hoy contemplo el pasado sin tristeza
pues viví mis auroras plenamente,
apuré del amor su copa ardiente
cual romántica y regia melodía,
fueron ángel cruzando mi existencia
como estrellas fugaces de locura,
y dejaron su rastro de ternura
convirtiendo mi vida en poesía!
Autor: Aníbal Rodríguez.