Fermín Medina

Horacio, ¿dónde estás?

Ya declarada fue la inmortalidad del arte,

la dulzura de la lira y del laurel dotada,

por aquel espíritu indomable del poeta;

pero hoy la proeza alejandrina se dilata. 

 

La tierra de Venusia soltaría las risas

sobre aquel que, despiadado, profana la pluma

cuando, sin tradiciones y sin veraz ingenio,

se sienta y escribe redundancias sin cordura.

 

La Paz, que a la socïedad mexicana encierra

en un solitario laberinto, nunca hubiera

imaginado la crisis del siguiente siglo,

donde convierten falta de técnica en moneda. 

 

¡Qué barbaridad!; esa mujer, pez y caballo,

pintada como algo ridículo a los pisones,

es, dentro de la hez superflua, vana y posmoderna,

maravilla comprada por estultos lectores. 

 

Para a la hoguera mandar la blasfemia del arte, 

sólo me resta afirmar que, en algunos rincones, 

todavía respiran soldados apolíneos,

inspirados con la pureza de los mayores.