La vida es una lucha por la supervivencia,
una lucha por respirar,
por comer, por procrear,
pero esa vida no es la que yo quiero,
yo no quiero ser un superviviente,
quiero ser un ser humano en plenitud.
No quiero quitarte nada,
no quiero disputarte un trofeo,
no quiero que duermas
tirado en mi portal.
Quiero compartir contigo
mi pan, mi cielo, mi tiempo,
quiero que compartas conmigo
tus miedos tus metas, tus deseos.
No quiero cruzarme contigo
y esquivar la mirada,
no quiero que seas
mi esclavo ni mi dueño,
mi sed ni mi resaca.
Quiero gozar la vida en compañía,
cantar a coro, cenar de madrugada
compartiendo las copas y los chistes,
amar hasta los tuétanos del alma,
reír hasta las lágrimas,
llorar hasta la risa loca.
Los años pasan
y el camino se hace angosto,
pero hay que tirar de machete
y abrirse paso con furia pero sin rabia,
con la fuerza de la conciencia tranquila,
del pulso firme y el paso decidido.
Quiero que mis manos se tiendan,
que mis manos acaricien,
que mis manos siembren,
quiero que mis labios besen
que mis labios sonrían,
que mis labios vuelen
más allá del silencio,
más allá de las palabras.
Quiero comulgar con la vida,
abrazar a la madre tierra,
y amar a mis hermanos en ella,
quiero seguir viviendo eternamente
en el eco de mis palabras,
en la huella de mis pasos
en los besos que siguen
iluminando el firmamento.
Quiero perdurar en la semilla que se hizo árbol,
en el niño que se hizo hombre,
en el amor que se hizo eterno.
Cuando nada ni nadie
recuerde mi nombre,
seguiré silbando en el viento,
rugiendo en la mareas,
chispeando entre el rocío.
Solo por eso, y nada más que por eso,
vale la pena, nacer,
vivir y seguir viviendo,
más allá de los dogmas
mas allá de los miedos
más allá de los astros,
más allá de los tiempos.