Tú que por un descuido te dejaste
la vida destapada, y se llenó de moscas,
y ahora ya tienen moho los gritos de tus pasos.
Tú que llevas corbatas de reestreno
y conciertas las citas con los amores fáciles en hoteles apócrifos.
A ti que no has leído un poema a Machado ni has prestado tus ojos
a una mujer que quiso llorar sola,
a ti, cadáver místico, hoja desperdigada,
qué puede preocuparte
si los tigres se miran en los charcos,
si hay dos niños anónimos
que vuelven caminando de la Antártida.
Tú que vas a saber de otros relámpagos: de esos buques que zarpan
cogidos de la mano para morir detrás del horizonte.
Sí, ya lo sé, no es necesario que me digas nada:
vivir es dar soporte al trino de los pájaros, es saltar cada noche de un lado al otro lado
de la respiración, es parecerse al nombre que le dimos un día
a una puesta de sol en Kathmandu,
porque ocurre que el alma corre más que el presente
y a veces va delante de nosotros.