Soncafe

EVOCACION

            El milenario azul del horizonte constriñe mis sentidos.

El mar y yo estamos completamente solos,

pero aún vivos.

Frente a él, como un niño acunado,

se mecen pensamientos que de a poco se alejan,

que de a poco me internan en túneles ámbar,

entre la melodía de arrabal,

en canciones delirantes que figuran

un desfile de instantes vividos

entre ostras, vinos y azahares,

deslizando ultramares siluetas

que dibujan al elipsis en que estoy.

 

            El anhídrido acá no me invade,

permanezco indemne

ante la frecuencia de la sal en las olas,

su espuma, formando surrealistas imágenes

me regalan un suspiro antihistamínico

y acarician mi respiración,

la misma que acompañó tantos besos en tu boca,

con la firmeza de mis manos en tu talle

y la erupción de tu piel en los sentidos,

abriendo el portal de tu universo en llamas

que nos hacía semejantes a olas de fuego

extinguidas entre papeles,

amantes de las noches discretas

que fueron nuestro mundo.

 

            Sólo el mar y yo

comprendemos esta lejanía de palabras,

que caen como anzuelos fugaces

capturando el pensamiento inmaterial

que se volvió mi vida;

y sigo aquí,

desnudo ante mis realidades,

con mi misma mirada de infancia,

con nuestros besos de enero

que fueron tan nosotros

y mi sonrisa asimétrica

que amarrabas con tus hilos de plata

en un borde del cielo.

 

            Acá todo es silencio,

mientras las aves pasajeras

ahondan el recuerdo de los días contigo,

mientras camino desafiando huracanes

y esculpiendo el recuerdo de tu cuerpo

con la añoranza de tu amor en mis dedos.