La mano de la Poesía
me está apretando.
Paso lento las hojas.
Apenas han pasado unos minutos,
parecen horas.
Se acercan los literatos.
Ufanos me rodean, sus palabras se
sientan sobre los hombros de unos
gigantes que ya no existen, sobre el
oropel de un currículum del que
adolezco.
Recibo de sus egos unos papeles
carmesíes, orlas de sus vidas y milagros.
Al tiempo que leo la envidia me va
mordiendo despaciosa, constante.
Me hacen levantarme hasta el despacho
del director editorial, que con desdén
ojea mis últimos versos.
Sus ojos, de un iris garzo e intenso, se clavan
en los míos como sagitas que buscan palomar.
¿Este poema es suyo?
Inquiere su incredulidad.
Sí, ayer mismo, en un rato que tuve...
Espéranos, si eres tan amable, en el vestíbulo.
Paso lento las hojas.
Espero sin esperar.
Permanezco al habla con el espectro
que asoma por entre los recovecos
de estas palabras.