Manifiesto.
Venga a mí la noche de los sueños apagados, el sudor de los que lloran con las manos en la almohada y el rugido del alma que se arrastra por cansancio. Caiga en mí la palabra del que cree en lo que es justo y el sabor de la frente de la gente estremecida.
Soy un poeta desde que aprendí a contar las lágrimas de mi eterno sufrimiento. Sí, es cierto, yo soy un poeta de barrio, yo soy un poeta de pueblo, pero jamás fui un rastrero, ni insulso ni iluso.
Conozco el dolor… y los versos que se empapan en los charcos sangrientos de mi triste sentimiento, y he sido constante. Sí, es verdad, ser consecuente no te hace inteligente, pero te hace valiente a los ojos del consciente.
Soy un poeta, mas no quiero las alas de los seres fabulosos -jamás las he querido-. A mí sólo me importa que el humilde vea en tierra su deseado paraíso y que pueda saborear lo que bebe el poderoso: \"lo que beben las rosas, lo anhelan las malezas\".
Pase lo que pase, pierda quien pierda, el amor hallará el vuelo de quien siempre abrió su pecho. A la tierra vino el hombre que luchó con su mujer, y a los cielos irán almas de destinos pisoteados. Y, algún día, en algún lugar, los seres de la baja luna sabrán elevar mi nombre.
No, no me alegra el ir triste por la vida, ni me solazo con las manos del que aporta con migajas. Por ser poeta, aplaudo a aquellos que han tenido la fortuna de aguantar a un negrero; yo... no aguanto a ninguno.