Volver, volver a ese instante perfecto.
Uno incorruptible y eterno,
rescatado de los segundos muertos,
silencioso y secreto,
Dulce y tierno.
Cuando éramos una sola mano
descendiendo por el sendero,
nuestra alegría lo envolvía todo
con su amor ingenuo y pleno.
La calle estaba desierta
en aquel pueblito costero
Solo una guardia humilde
de ventanas sigilosas
Y puertas diminutas
Nos observaban
con disimulado esmero.
Y podíamos verlo, adelante, abajo,
Al final del camino,
Nos esperaba la inmensidad azul
Y la suavidad blanca de la arena.
Solo los intrépidos maderos,
Marinos un tanto descoloridos,
alegraban con su estática presencia
Esa mañana somnolienta y gris.
Y, sin embargo, inolvidable y hermosa
Porque era totalmente nuestra.
Nada podía opacar nuestra alegría.
Éramos solo nosotros
Nosotros y el mar
Nosotros y ese amor nuestro
Esa promesa, ese delirio de futuro
imperecedero y perpetuo.
Cuando ya solo unos pasos
nos separaban de nuestro destino
una sorpresiva caricia
nos cayó del cielo,
una llovizna suave
se posó en nuestro pelo
y se alojó en nuestra cara
como rocío mañanero
¡Oh si como lo recuerdo!
Casi siento su mano de nuevo
¡Dios, cuanto le amaba!
con la frescura de la juventud,
con la ingenuidad del primer amor,
con el sublime deseo de hacerle feliz,
el más feliz y el más amado.
De pronto, tras una ventana,
dos niños fascinados algo observaban.
Seguimos sus ojos con curiosidad infantil
Y vimos un rayo de sol
Que traspasaba las nubes
Con ardiente fervor
Atravesaba el cielo y llegaba al mar
y un arco de colores se lograba formar.
Fue como si el cielo y la tierra
Se unieran en un beso
un instante perfecto
que ha perdurado en el tiempo
como este amor,
este amor que aun te tengo.