Quizás un día de estos
quieras cambiarte las huellas dactilares
o llamar a los cuervos de otra forma,
quizás puedas salir por otra puerta
distinta del dolor, o elegir otro número primo
para el bus que te lleva, a hora temprana, en busca del empleo.
Tal vez decidas luego subir las escaleras en sentido contrario,
montar un terraplén de sal en la cocina, ponerte los zapatos
de tu mejor amigo
y decirle a tu novia que te has hecho francés.
Y puede que además tengas razones
de suficiente peso
para cambiar los tonos que te legó el profeta,
para escribir tu nombre sin vocales,
y para que comprendas
que por mucho
que te hagas transfusiones
con vinos importados, solo conseguirás
que la sangre reviente
para que todo siga como está.