Mírala en su grandiosa estupidez,
acostada sobre el tiempo,
desnuda,
tapándose con su cuerpo.
Mírala, arrancándose el pecho triste,
sonriendo a tientas con la mirada,
patética, pequeña,
con la inteligencia desgarrada.
Mírala en el pozo de la soledad
a oscuras y con ganas de soñar,
llora perdida,
lamentando su propia ingenuidad.