Quizás la mente juega conmigo; no alcanzo a comprender el significado de su obrar, más la intriga provoca el motivo de tal entretenimiento, a mi criterio fuera de lugar, y por consiguiente superfluo. La cuestión, y esto sí, es palpable y verídica, las ideas se entremezclan, no concluyo ningún concepto completo.
En instantes lo acredité a mis alterados nervios. Aquello quedó atrás.
La calma me rodea, no obstante mi cerebro arde, su inquietud activa mi curiosidad. Aún no concuerda mi razón con mi intención. Todo es un maniobrar en momentos de desesperación, en encontrar una salida que asemeje una cordura aceptable.
Es inútil. Reconozco mi impotencia. Situación inexplicable, carente de significado alguno. No alcanzo a manifestar mis dudas, es más, todo resulta ilógico, con una cierta muesca de algo fuera de lo común.
Creo conveniente retroceder en el tiempo, analizar, sacar conclusiones, me atrevo a percibir dificultades, quizás el sistema empleado no sea el correcto. No obstante no tengo muchas posibilidades, el tiempo apremia, necesito con alevosa urgencia llegar al núcleo de mi inequívoca situación.
No recuerdo el momento o quizás fue un pensamiento errado, de aquellos sin rumbo determinado que hicieron hincapié logrando la colisión.
Los pensamientos emergen y se diluyen en sentido contrario, mi otrora voluntad, observa anonada el vaivén interrumpido de mis instintos que aun insisten en sobreponerse al caos difícil de evitar.
No pretendo poner trabas al impulso de mis nervios, considero oportuno ablandar mis fuerzas, imposible sostener una lucha, existe una clara desproporción entre ambas corrientes. No distingo en forma clara cuales son los detalles que motivaron la confrontación. La lucha entablada vislumbra un lógico devenir, los resultados previsibles, consecuencias obvias aparecen por doquier, el miedo tiende su velo gris copando toda la escena.
¡El teatro de la vida! eso es, que iluso, estaba ahí, a mi frente, no me percaté, quizás mi conciencia jugó su última carta, logró inducirme a ignorar su presencia. No hay razón distinta, mi otro yo no permite mantenerme en una soledad absoluta, cumple su deber innato de protegerme, evitar la caída. El abismo tiene fondo, pero lejano, inalcanzable, al igual que mi vida, llena de obstáculos, fácil de evitarlos pero imposible ignorarlo.
Los mil y un personajes, cada uno provisto de su careta propicia, fueron un conglomerado de vidas a cual más dispares; uno a uno logré representar, olvidando en cada escenario algo propio; mi ilusión de haber concluido una etapa más, en mi derrotero, en mi paso por este mundo.
Como broche final a mis actuaciones, creo reconocer a todos ellos, hoy se han reunido para ofrendar sus tributos al gran actor. No vislumbran, si quiera, que el error los reunió en esta noche de la Gran Finale.
Detrás de mi última máscara, una lágrima esforzada ve la posible salida. Mi otro yo, reincide y triunfa. Una mancha seca queda como símbolo de una batalla ganada.
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