Por fin aparece tu cadáver
y lo contemplo ante mis ojos
que titilan como amapolas.
Tu cadáver repatriado a mi corazón.
Tu marcha fue mi lentísimo asesinato
el comienzo de los gritos de gata asustada
que trata de escapar por una fina grieta
del anillo de fuego que la devora.
Nuestras almas se fundieron, lo sé,
pero nuestra voluntad gangrenó en la cama.
Engendramos al monstruo del silencio
que me azotó con sus preguntas y sollozos
cada noche y cada día.
He aprisionado dentro todo el dolor
para que en vez de tu nombre
se escape un suspiro ahogado.
Pero la noche, la noche cruel
ha eclipsado el sol, amor mío
y tuvo que hablar el diablo por mí
para que yo preguntara
¿Dónde está Fernando?
Me llevó hasta el final
y me mostró, al fin, tu cadáver.
No quedaba en él rastro de éxtasis,
y comprendí que nunca me habías amado.
Allí mismo,
entre terribles contracciones de dolor
parí nuestro hijo muerto
que es el amor que engendraste en mí.
Cavé la tierra con ambas manos
y os enterré juntos para siempre
en el cementerio de mi corazón.