Eres, el desvarío señero
de la única locura que padezco.
Céfiro inaugural y último
del aliento que insta mi instinto.
Transeúnte de grises contornos
de mi rompiente, de mi condena.
¡Habitante de todas las cosas!
¡Emerges de cuanto descubro!
De la oscuridad brincas súbito
de lo que alucino, de lo que toco.
Si pareces, de mi alma en otoño,
una hoja aferrada, un retoño.
Ay, señuelo y presa:
en mis resplandores de talento
sé que la desolación que pueblas es
la de mis infinitos desiertos.
Más, sensata o abstracta,
nada dejo irrumpa el delirio:
a ningún humano cautivo
ni a ser oyente, palabra modulo.
Hija soy, del verso y la ternura:
solo te preservo, ensalzo y amo
en un célibe sinsentido amoroso
en lo más ignoto de mi mundo.
No hay alianzas, no hay pendientes
no hay desenlace, tampoco agüeros
y el instante lindante a éste
es nuestro pomposo futuro.
Ritual sagrado, amor extraño,
cariño etéreo, sentir perfecto:
soy de ti, tu inusual obra sensible
una penuria de hechos concretos
ama y musa de tus exquisitos silencios.
¿Todavía vacilas qué eres tú de mí?
Eres, la célebre razón por la que
mi silueta proyecta una sombra
mi ermitaño espíritu reza y
mis luctuosos idos ojos
aún destellan.
P-Car
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