Hoy encontré tu carne junto a la mía.
Me resistía a probar el licor sin su montura.
Probar las manos en tu vientre escarchado
por el silencio de mis besos.
No puedo cerrar los párpados
sin verte en el seno de una esfinge.
No puedo trasladar todo mi cuerpo entre tus brazos,
porque se me escapan sin balancearse.
Es una suerte que me abrace a la vida,
sin percibir el aliento de tus labios
en el espejo de la noche.
Mi sudor se ríe como la fiebre de este remanso
que atraviesa la espalda.
Estaba en un momento que me declinaba:
si bien entorpecer con mi lengua todo el fluido
que sale de tu aliento; o palpar con la desesperación que provoca mi soledad.
Porque al fin y al cabo, la soledad es un amante que se agarra a la insuficiencia de un vacío, llamándolo deseo.