Una a una, las nubes
crean un tapiz grisáceo.
El viento camina lentamente,
dejando una helada estela.
Volcánico, el aroma del café emerge
para tocar las manos con su fuego,
en una apoteosis paradójica:
es el reflejo de los soles que consumen
el frío como terrones de azúcar.
Nada se escucha, nada se dice
mientras las flores desvanecen
el líquido maná que las cubre.
Ausente está el himno,
callada está la rapsodia,
la lira en la quietud se envuelve.
El universo simplemente observa
cada código, inteligible
para cada molécula…
nuevos sueños han nacido,
son revelados besos frescos,
océanos ardientes ebullen
en dos tazas de café, depósitos
de corazones que se han amado.