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Recuerda que mi nombre lleva un apellido ilustre, tan común, típico, ordinario, con olor a hierba y polvo, en la esquina de unos ojos donde bostezan algunos animales. Un niño y sus primeros pasos en los terrenos áridos de la poesía se arrincona en la niebla, recuerda a Bach a Beethoven a Vivaldi, recuérdalo, porque no olvida la manivela aquella que dejaste al final, en medio de una mesa, un vaso, un libro y algunas palabras, mientras ladrabas como perro, estilista y bisexual coleccionando los vicios y las estampillas de la servidumbre vestidos de ciegos. Y es que el dolor aúlla, cojea, se arrastra, porque “ a mi paso hasta los dormidos chismeaban con envidia”, los he visto hundirse como clavos en la madera rota, en el duro concreto de los crucigramas practicando filosofías baratas y alta pedantería, como si fueran las intocables musas de Erato, aquí, allá, a donde sea como astilla, partícula, esquirla, agitándose en dos: la voz
no el silencio
nunca el silencio
[Porque aquí está la voz que no apunta la rima, el verso restregado en los labios de Hades, un gancho precario, ilustre, en las manos de un himno solfeando nimiedades de los jeroglíficos, la voz en su búsqueda viniendo de un eco roto del templo mas antiguo, quizás nunca logre descifrarla de los ciclos cuneiformes bajo la lluvia báltica donde los cuerpos desaparecen, nunca lo entenderás porque tu idea es sindicalizar a los artistas: hábiles comediantes de la parodia]
Bernardo Cortes Vicencio
Papantla, Ver, México
10:1411022019