Una luz en torno a cualquier situación,
alumbrando un rostro tenue,
que moviliza sus facciones en la sombra
mientras el viento impasible con su aliento,
hondea la flama que se eleva
en invisibles espirales rotos
y asciende en el interior de una buhardilla ciega,
víctima de los desahucios y las deudas formales,
mientras va dejando en el cuerpo de cera,
lágrimas de laceraciones
que consumen su vida lentamente
y muere,
muere con su aliento de fuego,
en el fragor de una noche
que extiende sus canciones hasta el amanecer.
Mientras su claridad se expande,
la materia se transforma esculpida por el fuego,
extingue su cuerpo y su fuerza,
como un corazón que muere exhausto de amar tanto
y deja en sus últimos latidos
un adiós sin nostalgias;
a la luz de una vela cuántas historias brillan?
Una vela encendida,
testigo solitario de mil noches oscuras,
ensueño de los amantes que prefieren las cenas
alumbradas por ella,
acompañando un dry o un coctel antillano
mezclado con la lujuria,
a la que por cinismo le llamamos deseo,
la misma que el en confesionario se declara inocente
en un absolvo peccata mundi,
y vuelve a su rutina de mares muertos.
Una vela encendida,
testigo milenario de testamentos burdos
y crímenes legales,
de vidas angustiadas y alegrías sublimes,
de amores que vivieron hasta el fin de los tiempos;
la misma que alumbra la quietud
de un rincón bajo un techo de palma,
donde una anciana espera
el regreso de un hijo,
o un nuevo plenilunio que la traslade al cielo.