No sé qué ocurre, pero, está habitación está impregnada a ti.
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Estoy recostado en mi cama, que luce desordenada como si un torbellino hubiera pasado por ella… Creo que, sí fue así, o así lo siento, lo único que no tengo idea es si deba llamarlo torbellino, o solo le apodo con tu nombre. Porque todo esto se trata de ti y muy poco de mí, cómo cuando estabas arriba, moviéndote como te placía, palpando el placer de la mortalidad humana. Recuerdo que decías que debía dejarme llevar por tus movimientos, que encendían todas las alarmas de placer en mi cuerpo, erizaba mi piel y eclipsaba mis ojos que se perdían en tú arte que era empujada por la lujuria y la combinación de vodka y ese tequila que tanto surgía efecto en ti.
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Esos movimientos tuyos… Suave, tan suaves que apenas y notaba que te movías, claro que mi entrepierna sí que lo sentía, porque siempre fuiste posesiva y en cada movimiento que hacías, dejabas claro que eso era tuyo y que podías hacer lo que te viniera en gana con él. Recuerdo que mis manos que se aferraban a tus caderas, como si mi vida dependiera de ellas… Me sentía aferrado al placer que me debas, tanto que tus gemidos eran como buena canción para mí, mordías tus labios y el placer se volvía tangible en aquella recamara.
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Nunca supe si era un ángel con quien estaba o la jefa de todos los demonios del infierno, porque cuando el sexo decía presente entre ambos, veía lo hermoso del cielo en tus ojos y lo pecador del infierno en tu cuerpo, que sudaba como si el mundo estaba por terminar pronto. Ahora, esta cama parece el escenario de una gran batalla, pero solo estoy yo, aunque mi mente me quiera mostrar que no estoy solo, sé que lo estoy, porque te has ido y ya no has vuelto. Solo sé, que nunca conoceré a alguien con la capacidad de combinar el hielo y el fuego, de mostrar la hermosura del cielo y la divinidad del infierno. En pocas palabras, nunca hallaré a alguien igual que tú. Mi torbellino de sexo y amor.