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Pueden hundirse las piedras volcánicas con las que he erigido esta canción, pueden hundirse entre toda la multitud y en los pequeños agujeros y sus grandísimas larvas de insecto, sucias en sus dedos verticales cuando han construido cientos de muros, tres veces en un mismo acto que todavía conservo con viejas cicatrices que deja la escritura en mi piel.
La poesía ya tiene suficientes muertos con un lenguaje nocivo que no debería nombrarse, debería de extinguirse desde la raíz, deshabitarse de la memoria, arrancarle las vísceras y demostrarle su enorme corrosión donde se agitan las Eras, debería de extinguirse y no dejarle semilla y quemarle la fertilidad de su historia, su excremento de larva, su inútil ideología endiosada y la sensatez del idiota al hacerla suya, o simplemente no tenerla en los hermosos jardines impúdicos y en la penetración sexual: no dejarle el esperma, menos la procreación con la tinta “Ir a Madrid donde Quevedo compró la casa en la que vivía Góngora para dejarlo en la calle”
Oh mi cuerpo un temblor de labios, una lectura sin romperle los huesos a nadie solo a mi boca, mi boca con la desolación de esclavos expuestos y disecados en las catacumbas de mi pecho haciendo vocales en la enorme profundidad del mar, porque el mar expone un rostro, un soborno de ilícitas presentaciones haciendo señales en la esquina para que corten mi inspiración, porque mi denuncia ya está lista y la injusticia me observa con su enormísima complicidad y ha sido escoltada su aparente dignidad, su recato y su decencia ante un funcionario público, burócrata , subalterno, exento de pagos fiscales ante la riqueza y su demagógica inocencia de ser una puta ante la sociedad y su manía de hacer el tercer libro de su autoría como propiedad privada, exclusiva, familiar, llevando los nombres de sus altísimas conmemoraciones.
Bernardo Cortes Vicencio
Papantla, Ver, México
09:5412022019