Vuelvo a la tarde antigua
donde tu navío incendiaba los ajuares de mi vientre.
¡Ah! La acidez de la manzana tejiendo primaveras;
entonces era el tiempo de las baladas apretadas,
de los besos como siglos, tibios,
de manos como soles con sus cinco sentidos táctiles
y un bullicio de serpentinas en mi espalda.
Vuelvo, como un girasol suplica a Helios su fuego,
para encontrar la caricia de tus ojos de luz
y el rescoldo de rayo que fueran tus besos.
Vuelvo, porque desde esta orilla, hoy álgida,
anhelo la fusión de tu cuerpo en mi cuerpo.
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