Un suspiro de viento, una bocanada
de aire, cálido e intenso
meciendo el césped de mi prado,
un lago que no tiene final,
las voces de las flores, me susurran
al oído, como una melodía de primavera.
Mi bosque, perdido, alejado, de colores,
mi escondrijo, donde seguro canto,
al son de los árboles mecidos,
hablando en voz alta, palabras perdidas
en el inmenso jardín de mi alma.
En mis ojos, mimetizados con este verde mar,
se refleja la luna en una brillante noche.
Las estrellas, formando dibujos,
me relaja, escuchar su eterno silencio.
Una ola que sana, que arrastra el fango,
dejando ver mi claro reflejo en el agua.
Pajaritos que se resguardan del día,
que cantan la entrada del anochecer,
que brillan sus colores en pleno atardecer,
que abren sus ojos, y sus ardientes alas,
entre la niebla espesa, dando color a la oscuridad.
Vestido con un traje de lágrimas,
tumbado, allí donde se besan las nubes,
allí donde otras miradas no llegan,
allí perdido, en mi bosque.