Hay que estar muy atento
porque cualquier poema,
el más falto de rostro, el más domiciliado en el lenguaje,
puede llegar a ser un enemigo.
Basta con que el poema nos salude con algunas palabras impermeables
y gesto de miseria,
para que el patrimonio de la piel se sienta amenazado.
Sólo con que se acerque hasta nosotros
sin sueño que se cruce con tu vida,
se habrá prendido algo que encienda las sospechas.
El poema debe ser tu pariente, o no,
pero debe saber contarnos nuestra historia,
nuestra irreconocible biografía, como si fuese
la huella de tu mano al entrar en el mar.
Si no,
no habrá raíces que ofrezcan su infusión desmesurada,
y volverá a ser lunes.
El poema que debe ser sonido,
canto medicinal,
calleja arriba,
vértigo del pudor y el infortunio,
debe tener un cuerpo, y un alma sobre el labio,
y sobre todo
eso que nadie sabe lo que es,
y que es únicamente lo que importa.