Soy un esqueleto de dos metros
con un vacío de carne en el alba del pecho,
que se arquea, abriéndose,
dejando ver un éter grisáceo, vespertino,
que lleva cientos de trozos por mi pecho,
– llámese corazón, llámese latido–
y, al palpar, estremece al esqueleto,
resoplando por ser vivo, y no estar muerto,
abriéndose ante un sentimiento,
–llámese amor, llámese apego–
que hace al esqueleto vomitar mariposas
huyendo del vacío de su no estómago,
y si abrimos, palpamos también el amor,
el sentimiento,
yo, cuerpo de huesos,
me vuelvo un palacio,
de océanos ondeando mis pupilas,
de ruiseñores calzando mi voz,
de fuego prendiendo mi vida,
por esto,
llámese vida,
llámese amor.