Todavía tengo que aprender
a sacar de mí cuanto se expone a la razón
convirtiéndolo en el porvenir,
en el azar de aquello que no niega.
Pues obstinada en negarme
el reflejo del cual mis anhelos viven
evito las miras hacia tu faz templada
con el habla de alguien desconocido.
Y me asegura la piel que existo
-inmóvil, mientras atiendo a otros pasos
que no son míos-,
como también se afirma esa disputa incesante
contra mi propio cuerpo,
siempre pausado,
queriendo lanzarse a la incertidumbre.
Recuerdo el diálogo en que nos perdimos.
Palabras no se dijeron. Ni tampoco silencios.
Solo se escuchaba la monotonía de las paredes
y la confianza de saberme contigo.
Nunca quise más.
Quizás pueda yacer eternamente
tras la enajenación de hallarme yo
en otro ser, en otros sentidos.
Ahora sé que la alegría se vive en otros ojos
aunque los míos se enreden con los sueños.
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