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Esta es la arteria principal de mi espalda, rodeada sin ser nombrada por otro monstruo asustado igual a mí, se ha escondido como mosca a defecar y procrear sin ser invitado a la mesa en donde estoy sentado -y concebir en la lata vacía, sin darme cuenta de que la larva se multiplicaría- lo supuse después, porque de su amarillento liquido salieron arpías de su altiva latitud de rústicos cantares, abriendo la puerta del dormitorio de un tercer mundo, llevando el envío: un sinfín de exquisita lírica popular, como si México no tuviera más que ofrecer, que una ración de chillidos y graznidos caídos de un vuelo salvaje, lluvias y truenos y saliva biliosa y un coctel distinto con raíz de caucho –yo- los llamaría feligreses literarios sustraídos de la academia personal, emplead@ en filosofía y letras, considerad@s como grandes sacerdotes del templo mayor de la Santa Inquisición, santos y putas y empleados de correos, y un pobre auxiliar de gobierno, teniendo libretos políticos para sentirse el magnífico turista de reparticiones públicas, imitando a la antigua pitonisa: la gran vidente de la poesía con su crema de afeitar, y sus grandes dotes bisexuales tratando de ayudar a parir una cerda en un país extraño.
Lástima, he tardado tanto tiempo en aprender a leer y escribir y la vanguardia nacional de mi alcoholismo literario no me ha permitido ver a los cantores, ellos se han ido a fumigar libélulas negras bajo el ojo de dios y el estiércol en otra nación: el mejor manuscrito donde Cristo sería eterno masturbado por cuerpos ajenos. Es decir, un joven paralitico manifestándose con pancartas en otro país, transportando sus intereses personales y su enorme bolsa de frituras milagrosas y una lectura de cartas y un poco de bocadillos literarios, con olor a sexo, sin antes decir que fue la amante del bibliotecario, sin antes haber tenido relaciones íntimas con una emigrante.
Dejarlo escribir y decirle que es un gran muñec@ de aparador exhibiendo su hilo dental de tanga literaria y, reírme después de lo despreciable de su inmundicia, su irrespirable nausea de gargajo, pústulas y flujos, la despreciable burguesía de sentirse un gran colonizador influenciado por la mujer que está sentada en la antesala con su graznido de tordo, aquel que picotea en la ventana y desaloja un poema con el síndrome de hacer dudar a la vanguardia literaria y el crecimiento de la evolución.
[Sería como encontrar un mosquito flotando en mi café y un pelo de Borges en la comida….]
Bernardo Cortes Vicencio
Papantla, Ver, México
06:4316022019