Dudando entre enaltecer tu recuerdo o asumir la triste realidad, así amanecen ahora mis días, uno tras otro a tu servicio, en un ejercicio involuntario y nada estructurado de preparación para el tránsito, el que ha de llegar irremediablemente, impunemente y hasta me atrevería a decir que irreverentemente.
No, no eres esa mujer que eras hace cuarenta años, ya no eres la fortaleza y el manantial de vida que eras, no tienes esa risa desprendida que te surgía de repente, ni ese llanto emocionado que brotaba incontrolado solo con rozar tu sentimiento.
Ahora los años y la vida te han convertido en un ser tremendamente vulnerable, y tozudamente incontestable, las hadas de las fuerzas te han abandonado y tu maltrecha mente está en otra parte, en ese mundo sórdido e irreal al que te han llevado los duendes del pensamiento, los diablos crueles de los miedos y las brujas malas de tus cuentos.
Del magnífico templo de tu cuerpo, ya solo quedan en pie venerables ruinas, irredentas, sometidas a la vil intemperie de los días sin retorno y las miserias de la vejez.
Y yo sigo aquí, añorando a la mujer que fuiste, debatiéndome entre la duda de enaltecer tu recuerdo o asumir la triste realidad, que irremediablemente llegará.