El cuerpo perlino va perdiendo la forma,
su aliento gélido como un dios en agonía,
humecta en gotas claras el fondo de su claustro,
donde yace reo de los placeres que brinda
en su delicada naturaleza,
se amolda en el espacio a disfrutar su muerte,
se acompaña con suertes en cualquier escenario
y claudica ante unos labios de mujer,
hasta desvanecerse en su boca
incitando al deseo cual amante perfecto.
El trozo de hielo se va desvaneciendo,
no deja aromas a su paso de figura sin sombra,
se mimetiza en la ebriedad abierta,
mientras lo mezclo con el añejo ron,
que me hará recordar un cuerpo de mujer
que se mueve como nave prohibida entre el recuerdo
de horas derramadas en canciones,
que no pierden la costumbre de avivar la nostalgia
que nos dejan los momentos vividos
en la turbulencia de este vuelo sin retorno.
Remuevo su existencia entre el licor
su fulgor cristalino se libera,
y entre sorbos y luces se consume
auspiciando el placer de los humanos,
entre brindis de alegrías,
entre copas de ajenjo
que dejan la amargura de los amores perdidos.
Un trozo de hielo, nadador sin fortuna,
cómplice taciturno de las noches en vela,
que acompaña el momento solitario en que estoy,
donde unos pechos ebrios, sazonados de vino,
muy lejos del alcance del livor clandestino,
retienen un secreto hasta el amanecer.
El hielo va extinguiéndose en el vaso,
se ahoga dentro de un mar dorado,
mientras la noche peregrina avanza,
las estrellas desfilan en danzas espaciales,
tu recuerdo también se mimetiza,
se va con las estrellas,
esta vez sin hacerme daño.
El hielo enfría mi bebida,
mis sentidos se embriagan de silencio,
a lo lejos una canción se desvanece
y la locura del amor ya no me duele;
sigo bebiendo a sorbos,
el hielo va muriendo en su agonía alegre,
y yo, lentamente con él…