Alberto Escobar

Pobreza

 

Tras el tintineo de unos ochavos,
que caen de un cielo a un metro
de su cabeza, vuelve esta pobre
a su pobreza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A la puerta del palacio me veo,
sentado, con el culo prieto y
desgastado. La gélida brisa que
me azota el rostro me parece
céfiro ateniense.

Ofrezco al viandante la pus que
de lacerantes llagas me adornó
la vida, temo no levantar las
agallas de sus ebúrneas lentes.
Sí, reconocerlo, aquí lo reconozco:
La dicha del perro es la que me
solaza, porque de perro no se
espera riqueza, solo pronta pitanza.

A mis oídos llegaron antaño hazañas
que solo de reales me temo la
hañagaza del juglar de presto
maravedí, aunque fuera estrecha
la saca.
Nunca se cató la historia de hazañosos,
mas sí del hambre del menesteroso.
La hazaña que me priva es la del
estómago lleno cada ciertas horas.
Otras hablan de patrias que apenas
cabrían entre las pastas de un libro,
patrias de padres que abandonan a
sus hijos, como es mi caso, cuando
casi hervía el cordón umbilical.
Echemos cal o estiércol a las palabras
vacías, garabateadas para aflojar las
faltriqueras del más pintado.

Mi única patria tiene como geografía
la suela de los zapatos que todavía
me consuelan del cemento.