Un poco morí yo,
cuando desayuné tu muerte una mañana
y mastiqué trigo muerto
y fue tragándose una absurda pena
la garganta seca.
Esa mañana te digerí en la muerte
sin haberte saboreado en vida.
No pude conocerte.
O tal vez sí,
porque morí contigo.
Se ha quedado en mi lengua
una parte del tú
que ahora habita conmigo.