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NOCTURNO XIII

   Estación helada, 

oscuridad creciente, 

titilante brillo de los astros

en la lóbrega bóveda celeste.

   Cuervos demoníacos revolotean 

siniestros a mi alrededor, 

mientras graznan en su extraña lengua

una mortuoria oración...

   Un escalofrío eriza toda mi piel

y la recorre a lo largo de la 

columna vertebral 

traspasando mi alma ansiosa

en una tortura muda que 

me narcotiza y  quema

con su gélida sensación.

   Todo esto puede conjugarse

con la fría mirada de las estrellas

y el aire cortante y álgido

de un invierno que rezuma miedo y dolor...

   El lastimero ulular del viento

en todos los rincones me transporta

a dimensiones de ultratumba

y luego se dirige a mi ser

en un susurro siniestro...

   Es tu alma que quiere contarme

su desdicha de amor,

en una deprimente canción 

de dolor y pesantez...

Y los árboles, a la vera del camino,

pasean su esquelética silueta de 

criaturas monstruosas y deformes

en el más profundo entorno glacial.

   Pero... ¡ya, sal de ahí, compañera de mil años!

Ven a mí, a mi estación de amor,

con su dorado sol de estío,

con su dorada tarde besando el ocaso, 

y después del anaranjado crepúsculo,

reflejos de plata de la preñada Luna...

¡Ven... ven, sin miedo, eterna compañera

y conjuguemos otro sueño de amor

en el anillo imperecedero de la dulce eternidad!