Hay un dolor en ti.
Hay un precipicio en tu vida:
miedo.
Tras de ti una cruz, atada, día a día:
Espalda que se levanta,
cansancio soberano de tu alma.
El pie que asciende, paso de espina:
Tú el olvidado,
la mirada equivocada,
la indiferencia,
uno más uno menos,
el marginado,
el equivocado, infortunio de mundo inmundo…
El que aturde el oído sordo.
Te vi,
en mi camino,
y te vi con esa tristeza distante a todos,
con esa voz muriendo sin morir.
Y tú hablando, como sin hablar.
Tu hogar, no ha de ser tu hogar,
tu silencio consume la existencia;
y nadie lo sabe.
¿Qué culpa te arrastra de tu infancia?
¿Cuántas infancias han fallecido en tu vida?
¿Cuántas lagrimas acribillan tus ojos ausentes?
Y termina tu jornada,
la noche se cierra,
tú vida apenas comienza,
y me duele decirlo, me duele decirlo,
me duele saberlo.
Me duele contarlo.
Y duele más aún que no cuentes tú.