Entre escama y escama se escondía la sonrisa que me evocaba su mirada, entre escama y escama pues no se sabía si era natural la forma en cómo se cubría o era artificial la forma en cómo me miraba, la noche estaba en sintonía con aquello que tanto me llamaba, su fuego, su rabia, su estremecedor llanto que paradójicamente me sanaba, su esencia era limpia pero su contextura era malvada, sus movimientos eran frívolos pero su palabra era abrigada, abrigada como observar en el trópico el alba, abrigada como sentir la marea en una tarde en la playa.
Entre cuántos océanos me tuve que sumergir para dejarme llevar por su agua encantada, tanto tuve que resistir para poder llegar a contemplar la armonía de la nada. Las sirenas saben dónde me escurrí de aquellas aguas saladas, las sirenas resuenan dentro de mí y me llaman a que vuelva a la tempestad de la marejada. Fríos son los besos que sentí cuando las almas no se tocaban, de aquellas épocas aprendí a sentir la simultaneidad y no dejar que nada una máscara nada opacara.