Los ricos anuncian su poder,
espirales que arden bajo mi piel de pobre campesina,
¡Oh honrado caballero sálveme usted de este maléfico cuento!
La princesa huye junto al caballo aterrador,
y sus ojos tristes y rojos y muertos y cansados.
El sol yace entre los mantos de la muerte,
mientras su triste melodía eleva sus pasos al compás del atardecer.
La luna tararea sus versos invocando a su propio destierro,
y las ramas de los árboles carcomen cada dedo, cada parte indecisa de la luna que acaricia su vientre pálido y desgreñado.
Díjose la gran riqueza
que muerte pasó a ser.
Díjose la muerte eterna
que vida pasó a tener.
-Sueño
Etiopía de mi niña adolescente.