De repente mis días empezaron a ser siempre iguales.
Todos los días eran lunes.
O domingo, o cualquiera.
Pero era siempre el mismo.
Repentinamente el mundo se me antojaba como sin gusto.
Sin aroma.
Sin color.
Vacío e inutil.
Demasiado sencillo y aburrido para querer vivirlo.
Y sin embargo.
A pesar de que en semejante sencillez.
No debía haber diferecia alguna.
Pues todo era igual de desolador.
Yo me seguía sintiendo la persona mas miserable que hubiera habido jamas.
Y así transcurrí el resto de mis días.
Convencido de mi desdicha.
Tirado en una cama descuidada.
De una pequeña habitación sin ventanas.
Hasta que mi piel se resquebrajo.
Y mis huesos se disolvieron.
Y ya no me lamenté mas.
Pues no era nada mas que algo vacío en un cuerpo.
O viceversa
En cualquier caso.
Llegue a ser menos todavía.
Pues ni las ratas, ni los gusanos.
Atrevieron a comerse esto poco que era.
Hasta que un día y sin darme cuenta.
Mis ojos no vieron mas que la eterna negrura.
De aquellos que mueren al fin.