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UNA VIEJA CANCION

            La línea del tiempo

cuenca tributaria de nuestros egos,

nos satura en su aluvión de momentos,

moviendo la cotidiana inercia,

envolviendo nuestras vidas

como obsequio triunfal,

donde el cortejo de las reminiscencias,

como pañuelos agitados en un adiós perenne,

danzan cíclicamente en la memoria

y nos dejan un vector trazado en la libreta

de aquellos días de estudios,

cuando la tinta de los sueños

tenía los colores de los inviernos por venir

y el efluvio de unos ojos despiertos.

alumbraban pasajes de lejanía.

 

            Cuando el reír sin llorar,

no había alzado su vuelo en abril

y era una realidad inalterable

besar tus manos al crepúsculo de las esporas,

hilvanando las coordenadas de un camino,

que se convirtió en pretérito,

al cual, hoy distingo con la nostalgia típica

que dejan los amores cuando ven al pasado,

junto una canción que ceñía los sentidos

ralentizando las horas

hasta detener el tiempo en un oasis perpetuo.

 

            Aquellos días vividos a la sombra de tus labios,

se fueron evaporando en la frecuencia modulada,

de una canción ingenua, de melodía sencilla,

con su clave de fa en las entrañas,

y su tono mayor de caballero errante;

tenía en su acento pequeños sincopados

escritos en el pentagrama de tu piel,

con un acrónimo de nuestros nombres.

La compuse un día de marzo

para adornar tu sonrisa, para decir te amo,

para que no muriera en la soledad del tiempo,

donde se fue hundiendo lentamente

como navío que se resiste al naufragio.

 

             De aquella vieja canción

solo queda nuestra historia encallada en la arena,

bañada por la ola silente donde nos sumergimos.

El piano aquel ya no extraña mis dedos,

se olvidó de mis digitales

y la sonrisa en mis labios disiente

de la lágrima que se oculta en mis verdes ojos.

 

            De aquella vieja canción

queda el recuerdo de los amores únicos,

que pueden fenecer por las desilusiones

que dejan los errores humanos

con su cruz y su huella en la línea del tiempo.