Siento el frío rumor de la ventisca
desgarrarme la espalda,
el pecho cruje soledades,
el vientre ruge famélico
y el cerebro zozobra entre corales.
¡Que yo ya no soy yo!
crepitan los espejos,
la sombra me rehúye
y enmudecen los ecos
en mis cuatro paredes,
los parpados se tornan transparentes
y el alma se acongoja entre las nieblas
de una lúgubre nada.
Y canto para espantar el miedo
pero el miedo sonríe con desprecio,
sabe que me tiene entre sus garras
desde hace milenios,
la escarcha empaña mis cristales
con sus dedos crispados
y el fuego del hogar, agonizante,
deja escapar su espíritu en pavesas .
Y me lanzo a la calle del olvido
babeando en los charcos,
resbalando en las plastas traicioneras
y reptando en los baches,
buscando una taberna cochambrosa
donde ahogar mis angustias,
pero el sino bosteza.
Me he dejado olvidadas la cartera,
el llavero y las gafas
y las viejas zapatillas boquiabaiertas
ya no alcanzan mi zulo,
me refugio entre las fauces de un cajero
vomitando mi hastío
y me pierdo bajo un lecho de cartones
empapado y mugriento.