Temprano,
desperté con mi voz
contándome tú nombre.
Tu nombre
dibujado y sin manchas,
llegando desde allá lejos,
allá,
dentro de mi mismo.
Venía abriendo cerrojos,
subiendo lentamente
desde el lugar donde se refugió,
cuando tu boca,
me lo entregó envuelto en besos.
Su caricia llena de astucia,
sacudió la mañana
apenas aparecer,
y traía en las manos,
sospechosamente
tan parecidas a las tuyas,
un puñado de luz
que me dejó sobre los ojos.
Así pude saborearte aquí,
muy cerca,
tanto,
que de pronto te escucho
y te veo,
como sé que tu quieres,
como sé que te quiero.
Eduardo A Bello Martínez
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