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Tendrían que rebotar los ecos en los mastines y en los cerdos, tomar de la mano abierta a la estatua, aquella que está antes de llegar a la ciudad, sin borrar la huella del gato montés: la del héroe, la del proscrito que con estática no mueve ningún hueso hablando a solas, inerte, tieso como un trabajador perezoso, ahí lo vemos en la arteria principal como toque de luz imantando los prodigios frescos, es decir: el riesgo de entrar a dicha escuela, agrede, amenazando a los jóvenes de mi pueblo. Aquí están los principiantes sin hablar lenguas muertas, tú, como el presunto sucesor del dialecto, tú, el mismo funcionario local decomisando el viejo abecedario del presente, intentando recluir a las voces, esconderlas bajo un espejismo a la medida de tu conveniencia, porque después de todo un país, prohibió el uso doméstico para evangelizar al niño y comercializar su identidad, no intentes buscar la Antártida en los libros perdidos, esos que se quedaron en los cajones donde Dios nunca pudo explicar la Historia Universal del hombre; menos de este pueblucho sangrando como sangran las estrellas ciegas que van a New York sin la brújula del Quijote. Aquí están los jóvenes, sin tanto ruido, enlodados por la lluvia sobre las dudosas sombras del Sahara, no traen ningún celo de fecundar tus luciérnagas pintadas de fósforo, menos el celo de fecundarte el sexo de cisne entretenido en las pagodas en donde están las hormigas buscando el ácido fólico para amamantar a tus estrellas. Ellos confiesan su pecado en el exterminio o corriendo por las heladas superficies de la hoja, sin que tengas que refrigerarles la ortografía, sin ser excluidos desde su obscura intuición o echados al horno de la censura.
[Ser pobre sería condecorar la brutalidad del sistema, guardar silencio como lo hace Corea del Norte, sería buscarle la moldura a los veneros de la gente sin tanto ruido y comparecer dos veces ante el dictador…]
Bernardo Cortes Vicencio
Papantla, Ver, México
11:5421022019