El silencio siembra cuando un hombre al nocturno fenece
desde las alturas cada sombras de sedientas pérfidas
abrazan a la tierra donde en pie miras el suplicio.
¿Cuántas noches no temiste el repercutir de tu celo?
No niegues ahora tus acciones, compañero arcano 5
ni llegará la hora de pedir perdón a tu pasado
ese carro vacío sobre el arcén, contiguo a tu hijo
la mano apunta a tu corazón, piensas sólo en llorar
solitario desde el parto, lento caminante viejo,
amapola en llamas junto al hogar, rodando a ti, Chiad; 10
lazos rotos; casas negras; cartas sordas; piedras pétreas;
risas quedas; ojos ciegos; manos tiesas; lenguas secas;
¿Cuánto más deseas causar, Chiad? La procesión ya no
basta. Caminos de ascuas dan comienzo a la cacería
del oscuro, cabalgando en polvorosa a tu encuentro, hijo 15
el viento murmurará y doblegando tu voluntad
la rueda borrará tu rastro, negando tu derecho
levantando todos los cimientos preservados. Padre
él cortará tu hilo del camino, negándote el paso
podrás andar, pero no volver; caerás al olvido 20
dulce niño, grandísimo patán, corre, vuela, huye
lleva a cabo todo bajo el haz de la verdad, cobarde
ya la eterna noche alza el vuelo tras de ti con fiera oz
galopan a su espalda los viejos sabuesos carmín
riendo sus afilados rostros de lechuzas infames 25
canta ya, hija de la noche, por el alma vieja inútil
danza el alba mientras todos duermen dentro de sus cofres
y las luces densas bailan con sorna ciega infernal
las calles; el pueblo; la vieja ciudad; todo perdido
caminos afines lejos del cruce del viejo lord. 30
Tus hijos no perdonarán la ofensa –tuya– que siempre
cae donde quieras; a vivir, sufrir, a morir, Chiad
más no alces más tu cáliz a riesgo de beber las ascuas.
Tú entre todas las ramas caídas de tu árbol profano
arde el pasado desgastando el presente; tu presente 35
y esa sombra, filtrada por tu ingenua mano, envilece
todos esos logros acuñados por hombres mejores,
las grietas el tiempo las cubrirá sin piedad en yesca
ya caen al abrazo terrenal los frutos aun tiernos
pronto engullidos y a resguardo de la culpa del padre. 40
El fuego prosigue a base de largos sollozos tuyos,
sucumbes no a las llamas, pero al tiempo en su soledad;
todo cuanto brillan las estrellas reflejan la nada,
tú vacío siniestro, lascivo... el mismo que en tus ojos
reflejas como recuerdo de lo etéreo en la vida 45
las blancas cenizas adornando el paisaje pedestre
has supuesto, por mucho tiempo, una superflua verdad,
\'Respira hondo, es tiempo de elegir tu refugio en la sombra\',
tomas camino a bordo de tu carro gris, un Camaro
–auto de tu padre en mil novecientos sesenta y seis– 50
escarpa tu lengua en la empinada colina del ser
¿Quiénes no pagarán por tu error y quién no será víctima?
Flor de tus ancestros, frío collar de voz; ponte en marcha
bajo el chaparrón etílico, no pares hasta que ardas,
entra al carro ante los arcos blancos sobre el río níveo 55
vuela bajo el granate portento un tosco agüero enhiesto
al lado de ya encendida amatista en su parco fondo
brillan las pálidas moradas al toque de los faros
los destellos revelan tu rostro en relieve agrietado
señalan tu camino los altos potutos dorados 60
en la vieja ciudad él ha muerto con reiteración,
adoquines en tonos errantes de pies empolvados
te miran rostros derramados con hollín, pausa y pena
dominan las pardas cúpulas detrás esas cabezas,
sigiles pintados sobre mulatas puertas arcanas. 65
Y cuando alcances los cielos efusionados de Andor
todos los receptáculos deberán ser sorteados
en las alturas, los caminos son de alcantarillado
¿Deben las torres arrodillarse ante esa, tu ventaja?
Tú, como esos pájaros secos, no serás libre al éter 70
ahora sopla rápido los alicantos el céfiro
haciendo estandartes impíos de frazadas horadas,
permutando tierra en boca acre, habitada por visiones
en soledades y buhardillas forasteras de esa ánima:
\'¡Urbe arcana, mí víscera aciaga éste olmo con tu ardid!\'. 75
De tu ciudad; pueblo entre dos diáfanos ríos pulsantes
ambos linfa de distinta casta; escarlata corre uno
turquesa, el otro anda; primitivo, padre de tus padres
donde una vez lavaste penas menores a tú carga
tu mano abrazó el espino, más le impediste soltarse 80
no fue gota de tus fanales despertando piedad
ni brazos torvos en flujo anhelo al ósculo linfático
¿Ves ya la urdimbre tras la fosa, Chiad? ¿En verdad lo ves?
¿O es luz a nos portal, sesgando el deseado anhelo último?
Más sigues andando con el viejo carro de tu padre; 85
cual antiguo amante retornas a la sombra de origen,
al velatorio en purga donde triste yaces, inerte
dentro de la oscuridad. El viento sopla con gran fuerza,
removiendo los frutos a tus pies clavados, y al suelo
perdura cruel retoño de cara a vástago interior. 90
Me ves dentro del corredor, silueta de luz mohína,
paso; vihuela; zozobro en el tiempo; silencio casto,
fuego de fragua arraigado en tu longeva evocación…
y te vas; todo vuela dentro de las tormentas cíclicas,
canto sobre piedra, rezo tras oración; eres mártir 95
– \'¡Bienaventurado apóstol apócrifo, te abro el huerto!\' –.
La carroza entra triunfal a nuestro encuentro sibilino,
desciendes; alargo mi mano a ti, guía necesaria.
Fuera hay luz, cae grava; suspiras –mausoleo y error–;
que en la tierra tu nombre permanecerá destrozado. 100