Hay un ángel en mi memoria
que evita pisar la débil tabla
a dos melosos querubines.
Colgaba en la cabecera con alcayata dorada.
Antes de hundir mi aguileña prominencia
en la nube de los sueños,
pensaba en su candorosa mano,
medio siglo después, otro ángel,
susurra por el dintel curvado
de mi cama, dos palabras, una frase,
un gesto, nada,
hasta que mis rendidos párpados
cuelgan el cartel de cerrado.
Entre tinieblas despierto librando
feroz combate
y en la arboleda pronto distingo
el áurea, las dos alas, el tull azulado
y me sonríes
y me cuentas y te cuento
te distraes con los zapatos
hace calor y ni los pájaros
quieren salir esta tarde.
Aquel ángel ya no sé
si aún paga el ierrepeefe
pero éste que ahora vela
tan cerca de mi almohada,
sigue en situación activa
y tiene en regla los papeles.
Podéis repicar
ciconias.