Pierdo la vida y es la culpa del cielo;
en su añil reflejo no hay salvación.
Y en su ley consúmase el anhelo
de un risueño amor sin su maldición.
Miro que su faz es un plúmbeo horizonte,
y sus ojos, gran Hermes de condenación.
Envíame sin óbolo a Caronte
Y acúnenme en su lacrimoso río;
y llórenme los ángeles del gran monte.
Y si al firmamento de mi vil hastío
obedezco con lánguida mesura
Puñal divino extinguirá mi brío
Mas, por terror atroz, mi alma perjura
ante un pulcro altar de áspides lleno,
y su tósigo, mi arcón atesora
mi vientre vomita y grita mi seso.
Aún gran himno mi pecho entona
y mi sueño apela a su viril seno.
Cielo que muy bien escuchas mi pena,
de oro tu mustia calle no parece
si mis rosas se marchitan sobre ella.