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SOY DE AMÉRICA

            Mis ojos se abrieron al mundo bajo este cielo de América.

Al igual que todos los hombres del orbe

no escogí mi destino,

no decidí mi nombre, ni mi color de piel.

Al igual que otros hombres, de otras latitudes,

tengo corazón con el que amo,

manos con las que me sujeto a la vida.

 

            Tengo vida en mis venas,

tengo una porción de cielo virgen

y los años vividos.

 

            Caminé las calles de Managua con pisadas de niño.

Aspiré su aroma de mujer triste, de madre solitaria,

descubrí sus viejas cicatrices.

Ahí me contaron de los filibusteros,

del gringo William Walker,

que con el mismo nombre del profanador de Irak

y la misma maldad del alma,

también mancillo tierras de América.

Me contaron en sus pobres escuelas

de la invasión española hace ya cinco siglos,

que con las impecables sotanas

y las espadas relucientes

confundidas entre cruces de madera,

usurparon el lugar del Señor

para matar en su nombre.

 

            Y así nos “civilizaron”.

Nos volvieron “humanos” y quitaron nuestras tierras.

De la misma manera,

hoy luchan por quitarnos el alma.

De la misma manera,

aun nos siguen invadiendo,

para desterrar nuestra historia para siempre.

De igual manera nos asesinan,

pero ahora no lo hacen en nombre de Dios,

ni lo hacen con espadas.

Ahora nos matan con fusiles,

en nombre de la Libertad y la Democracia.

De esa Libertad y de esa Democracia

que se robó a Texas,

que doblegó a las Malvinas.

Pero nosotros, de la misma manera seguimos luchando,

seguimos avanzando.

Sin rendirnos Jamás.

 

            Los pasos de mi niñez

se toparon con la guerra y con la muerte

y no me preguntaron si quería conocerla.

Entonces empecé a entender que era el precio de nacer en América.

Entonces, interpreté los letreros subversivos que salían de las paredes,

como ojos asustados que se abren al mundo;

comprendí el lenguaje del miedo,

amplificado en las balas asesinas

que no nos detendrán nunca.

Que nunca matarán nuestra idea.

 

            Mis pasos se volvieron inmigrantes

y llegaron a la tierra de Bolívar.

Allí terminó de crecer mi vida.

Entonces empecé a comprender:

que las calles de Managua y las montañas de Sucre

tienen las mismas cicatrices de Oaxaca.

Las calles de Medellín y las de Valparaíso,

se llenaron de muertos inocentes,

al igual que el Amparo.

Era el mismo miedo que escupía las calles

de Guatemala,

el mismo odio que mató a los hijos de las madres de la Plaza de Mayo.

Sí, el mismo odio y el mismo miedo que no pudo vencernos.

 

            Yo no escogí nacer en América,

pero sí escogí amarla,

sí escogí vivirla y retenerla para siempre entre mis huesos,

por eso no la abandono nunca.

Por eso hermanos, seguiremos luchando.

Para que no nos saqueen más,

para que nuestras naciones

no sigan siendo como una madre triste

que pare hijos malvados que luego la aborrecen.

Que luego la vejan,

que se vuelven abominables Caínes,

que matan a sus hermanos

para agradar al amo que lo ve desde el norte.

 

            Soy de la América de Bolívar,

de Sandino y de Ernesto.

De la América nuestra, la que nunca claudica,

la que escribió con sangre su martirio.

La América del cóndor,

del indomable Amazonas.

La América milenaria,

la mestiza que unió las sangres del mundo

para hacer hombres nuevos.