Lo otro era peor. Y tuve que escoger:
había que vivir con la verdad infecta en medio del esófago.
Tragar me producía, desde entonces,
un dolor a pico de las águilas,
a cristal manejado
por una raza antigua,
era absolutamente necesario beber mucho,
beberse por lo menos varios ríos de agua,
como cuando te asfixias
entre dos catedrales mirando las estrellas
o te dejas la vida en brazos de las olas.
Pero recuerdo el olmo transparente a la orilla del beso,
con las hojas tan jóvenes,
y el viento hablando bajo para no molestar. Y también,
las condiciones justas,
la alegría emboscada,
los versos del poeta, que buscan los otoños.
Saberse imaginado por un cuerpo importante
ayuda en la tarea
de combatir el tiempo
y de cruzar el frío.