I
-- ¡¡ Hoy es viernes y voy a comerme el mundo y lo que se tercie ¡!
Este es el grito de guerra de Miguel mientras prepara el desayuno, con la ventana de la cocina bien abierta. A mí, más bien me parece el bramido del macho alfa de una manada de búfalos, porque el patio es como una caja de resonancia, y el sonido va chocando en zigzag con las paredes y finalmente con el suelo para elevarse hasta el tejado, amplificándose en cada impulso. Dentro de un rato coincidiremos en la escalera o en el portal, yo con mis ojos legañosos y un toquecillo de maquillaje dado de cualquier manera, él con la cara limpia de modorras y los ojos brillantes de quien va a comerse el mundo. Yo, embuchada en mi abrigo de plumas y la bufanda hasta las orejas, él, con el cuello de la camisa abierto y el foulard adornando su chaqueta. Él , con perenne sonrisa esculpida en un rostro anguloso y firme y yo, con mi boca crispada de amaneceres penosos, de sueños rotos por la alarma del despertador.
Y ahí le veo. Me está saludando con su jovialidad habitual:
-- ¡Buenos días Marta ¡que hoy es viernes! ( ya nos hemos enterado pienso yo) ¡Estás guapísima como siempre!. Porque ya he quedado para esta noche, que si no, nos podíamos tomar una copita después del curro…
Y con una voz pastosa de lengua somnolienta, le contesto : ¡¡cualquier día de estos Miguel!!
Y entre las sombras de mis ojos aturdidos acierto a ver su impecable y estiloso aspecto, su torso tan estirado, sus pasos tan firmes, su… su…
¡Pero mira que es guapo el condenado!, es que no le falta prenda: la frente despejada, con dos arrugas justas que le salen cuando se ríe, esos ojos que cuando te miran parece que te taladran el cerebro y lo vuelven fosfatina y tan azules, que es como meterse en un mar de sueños imposibles. Su nariz, un poco grande tal vez, pero armónica con el resto de la cara, y de perfil parece de escultura griega. Y camina con esa seguridad aplastante que tienen los que se saben atractivos...
Y yo me sumerjo más aún en mi abrigo de plumas y mi bufanda pensando que bien pudiera ser la envoltura de una larva para poder transformarme en unas horas en un ser espléndido.
II
¡¡Voy a comerme el mundo y lo que se tercie!! gritó Miguel en aquel inicio de viernes, como todos los viernes de hacía años.
Mientras se dirigía a la ducha, miraba de soslayo el perfil de un cuerpo escultural reflejado en el espejo e iba pensando:
-- Es que no hay mujer que se me resista. Ni nadie, en realidad. Sé cómo hablar, cómo comportarme para embaucar y llevar a todos a donde me plazca, y este físico imponente que tengo me ayuda, sin dudar. Siento que el mundo gira alrededor de mí. Por eso, no necesito ataduras; me salen amigos o novias sólo con chasquear los dedos.
Estos pensamientos para los que sólo necesitaba medio segundo de tan conocidos y reiterados que los tenía, se vieron interceptados por un destello que salía de su rostro. Se miró de frente y le pareció que su mundo se hacía añicos. Tenía un enorme grano en la punta de la nariz de un rojo bermellón, encendido como un volcán. Como toda su atención estaba enfocada en la flagrante erupción de la nariz, percibió por primera vez que ésta era de un enorme tamaño. Nunca antes la había valorado así. Ya sabía que no era pequeña, pero la consideraba acorde con sus facciones un poco angulosas y le confería un aire de escultura griega. Pero ahora sólo se veía nariz, apenas vislumbraba los ojos azules o su boca oculta bajo la sombra de aquella prominencia.
¿ Qué iba a ser de él? . Salió a la calle con gafas de sol y el cuello de la gabardina los más alto que pudo o supo, la cabeza gacha en un intento de oscurecer ese faro luminoso que llevaba pegado y que se extendía por fuera de su entidad como queriendo salirse de su cuerpo y tener vida propia
Caminaba mirando de soslayo a todo el que se cruzaba, pero nadie tenía una nariz tan grande como la suya.
Observaba las facciones de todas las personas, vió todo tipo de caras : alargadas como calabacines o redondas como manzanas, suaves como campos de trigo o cinceladas por un imaginero loco. Pasaron junto a él niños y ancianos, personas altas y bajas, delgadas, voluminosas, hombres, mujeres y de sexo indeterminado, unos sonrientes otros tristes y la mayoría serios, pero ninguno tenía una nariz tan grande como la suya y menos aún tan refulgente.
Cuando llegó a la oficina, sólo acertó a dar los buenos días, sin sus habituales comentarios y palmaditas en la espalda y rápidamente se sentó en su mesa de trabajo, ocultándose como pudo de las miradas.Le parecía que sus compañeros se daban codazos y se reían cuando le miraban.
Su mundo se había roto en mil pedazos. Todo su aplomo, todo su arte seductor se había ido narices abajo. Y entonces ¿qué le quedaba?. Se había construido un cosmos en que todo giraba alrededor de él, pero claramente inconsistente, porque había explotado en su propia faz, sin previo aviso.
Y ¿qué podía salvar de ese big bang ?. Quizá a sus amigos del instituto. Hacía tiempo que no los veía, siempre los había considerado mediocres y sin ambiciones.
Y en realidad, ¿qué había ambicionado él? ¿La notoriedad? ¿Ir escalando puestos por su cara bonita? ¿El éxito con las mujeres?
¿Qué le había quedado de las innumerables relaciones pasajeras, de un anteúltimo puesto del escalafón saltado por encima de muchos colegas, de su popularidad?.
Estaba vacío. Su cuerpo era sólo una bella carcasa de la nada. Y ya, ni eso. La consciencia de su desproporción nasal desbarató la hipertrofiada seguridad en sí mismo de que siempre había hecho gala y se sintió un ser mísero e insignificante.
Volvió a su casa enfundado entre los cuellos de la gabardina y las gafas de sol, esperando que fueran la envoltura de un gusano de seda para no salir nunca de su escondite.
III
Hoy es otro viernes más.
Me espera otro fin de semana como los del ultimo mes. Refugiado en mi casa protectora, al abrigo de miradas mordaces, de murmullos sarcásticos, de palabras hirientes. Escondiendo la causa de mi derrota, esta nariz inexpugnable que se desborda de mi contorno, que sobrepasa mis límites y que concentra todos mis pensamientos, como si yo no fuese un hombre, sino sólo una gran nariz.
En unos minutos, cuando salga para el trabajo, me encontraré en la escalera o en el portal con Marta. Yo, con mi cara ensombrecida de soledades recién descubiertas, ella, discretamente maquillada y los ojos algo velados de sueños quebrados por alarmas intempestivas. Yo, enfundado en la gabardina y con el cuello cubriéndome hasta las orejas. Ella con su vaquero ajustado y su cazadora de cuero.Yo, hueco, sin vida, sin mundo. Ella con la dulce sonrisa de quien emprende un nuevo día con ilusión
Ahí está . Qué guapa está últimamente
Me saluda con una mirada acogedora
-- ¡Buenos días Miguel, ¡ Ánimo, que hoy es viernes!
Y hoy va a ser el día en que por fin nos tomemos juntos una copa después del curro
Y levantando la cabeza gacha por primera vez desde aquel fatídico viernes, le contesto
-- Sí . Creo que finalmente hoy es ese día