Sigue la lluvia.
Sigue la lluvia, el viento de invierno
y tu agrio latido alzado en el trueno;
me caigo en el lecho,
me rindo en silencio,
el costo del aire me cubre de velos.
Te nombro en las hojas,
mi fe va a los muros,
se nubla la carne de toda ambición:
tus labios de agua, tu voz de mujer
y el tosco tatuaje regado en el alma.
Comienza otra noche
-tortura de ciegos-
hay gélidas redes de peso en el piso,
con puntas de frío,
de sueño y de angustia.
La noche me hiere con sólo posarse,
levanta mis manos al signo felino:
me cuentan las horas de luz elegida,
y espectros se burlan de toda loción,
de ninfas tiranas, de tantas heridas.
Me bebo otro llanto,
me oculto y me culpo;
se sabe de golpes en cuerpos ajenos,
también de milagros atados al eco
que siempre repite ligado al aliento.
Si es vago el ayer
y es loco un idiota de raros idiomas,
bebiendo la sangre de toda mujer,
un trueno retumba derecho a la gloria
y no se desvía por más que haya fe.