El Quijote de la Rosa

La niña y el Abuelo

LA NIÑA Y EL ABUELO...
Era una tarde de verano, la niña caminaba tomada de la mano de su abuelo, chapoteaban juntos en las arenas húmedas de una playa en la costa mediterránea de Valencia, ella tenía 7 años, los de ella repletos de vida, alegría y encantamiento. El 58, los de su abuelo estaban llenos de paz y también de nostalgias.
Sus pies descalzos recibían las caricias frescas de las olas, sus risas inundaban el aire fresco de un mágico atardecer, de repente, la niña mirando a su abuelo le pregunto, abuelito ¿Tú naciste en Uruguay como mi mama?, si le respondió su abuelo y con ojos de quien todo lo quiere saber ella pregunto ¿Cómo es el Uruguay? Los ojos de su abuelo se humedecían de recuerdos y nostalgia al pensar en su país.
El Uruguay, la tacita de plata, la Suiza de América, es así como le llamaban cuando yo era niño, allí es donde nacimos, tus padres, tu tía y yo. El nuestro era un país donde ser pobres no significaba ser marginados por la sociedad, un país de gente que podía construir el futuro de sus hijos con trabajo, esfuerzo y dignidad.
La escuela pública nos cobijaba a todos por igual, niños ricos y pobres recibíamos allí la misma educación, las túnicas blancas y la moña azul, eran el mejor ejemplo de igualdad entre los niños de diferentes clases sociales, las oportunidades de aprender y educarse estaban al alcance de todos, en el patio durante los recreos compartíamos las meriendas, los juegos, las risas y la alegría de aprender.
Nuestras maestras nos enseñaban los derechos fundamentales del ser humano, con la práctica diaria del respeto y la tolerancia hacia nuestros compañeros, hacia nuestros maestros y con nuestros vecinos y amigos del barrio.
La niña miraba maravillada a su abuelo, haciendo una pausa para ordenar tantos recuerdos, su abuelo prosiguió su relato.
En el Uruguay el futbol era una fiesta de todos!!!, los días de partido los niños íbamos juntos al estadio disfrutar de la fiesta, los hinchas de Nacional o Peñarol, de Rampla o de Cerro, de Defensor o de Danubio, íbamos juntos, nos sentábamos al lado de nuestro \"adversario\" a disfrutar y alentar sin jamás denigrar al otro.
Cuando ya éramos grandes al final de un clásico, discutíamos las jugadas y los pormenores compartiendo una cerveza bien fría en algún boliche cerca del estadio.

El nuestro era el país donde los derechos humanos se ejercían como un derecho y como una obligación por todos, desde los gobernantes hasta el más pequeño de sus ciudadanos.
Un lugar, donde los policías eran servidores públicos y vecinos de barrio, que trabajaban ordenando el tránsito o llevando en sus coches patrulla a heridos, enfermos o mujeres parturientas al hospital.
Era el país del Doctor Baranzano, que recorría el barrio allá en Jardines del Manga, Piedras Blancas o Toledo, conduciendo su Ford Prefect , visitando a las abuelitas, los niños, las mujeres embarazadas de mi barrio, doctor que muchas veces, cobraba el honorario de sus consultas o sus visitas aceptando como pago una docena de huevos caseros, una torta de la abuela María , o un poco de verduras y frutas frescas recién cosechadas , muchos de sus pacientes no tenían dinero para pagarle, entonces el aceptaba sus \"pagos en especies\" porque esa era su manera de devolverles la \"dignidad\" de saber que no le debían nada al “matasanos”.
La niña emocionada por el relato de su abuelo le dijo, cuéntame más, quiero saber más del Uruguay.
Aquella tacita de plata era el país de \"Pierino el tano\", o el \"nene Costa\", almaceneros de barrio, que nos fiaban apuntando prolijamente cantidades y números en una libreta de tapas negras , qué es fiar? le interrumpió la niña, es dar crédito a alguien, le dijo su abuelo, siguiendo con su relato el continuó diciendo, los vecinos le pagaban apenas cobraban su sueldo!!!. Nuestro país era el de esos almaceneros, era una vergüenza para todos llegar a fin de mes y no pagarles lo adeudado, porque éramos pobres pero honrados y si se debe se paga!!! Sentenció su abuelo.
Los niños, jugábamos en la calle a la pelota, la rayuela, el tejo, el trompo, la mancha, las escondidas o a la bolita, bajo la atenta mirada de alguna de las madres o abuelas de mi calle nuestras horas transcurrían felices.
Esas mujeres, nos enseñaban con sus acciones y sus actos los valores de la declaración universal de derechos humanos sin siquiera haberlos estudiado.
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. *
Las madres y abuelas de la calle Perseverancia, que así se llamaba mi calle, ejercían esos derechos en cada acto, cuantas meriendas compartidas!!!, cuantas tortas y biscochos, cuantas leche con cocoa preparaban esas madres y abuelas para sus hijos, nietos y los amigos. La calle era el mejor ejemplo de lo felices que somos, cuando los derechos humanos son una manera de vivir.
En ella jugábamos todos, los hijos del albañil, del doctor, del peón de campo, los hijos del policía o del cartero, la calle era de todos y para todos.
La niña escuchaba el relato de su abuelo sintiéndose encantada, con la inocencia de sus 7 años quizás no llegaba a comprender todo, pero su mirada hacia que su abuelo quisiera seguir contándole todo lo que su corazón guardaba como recuerdos. Los ojos del abuelo se ensombrecieron, siguió su relato con un dejo de tristeza en su voz , nuestra inocencia, nuestra bondad, nuestro ser solidarios, el respeto por los demás, se fueron perdiendo con el tiempo , poco a poco, sin darnos cuenta dejamos que eso pasara, porque primero no era con nosotros, no era en nuestro barrio, en nuestra calle, en nuestra casa, nos dejamos robar la alegría y la feliz inocencia de las buenas cosas, nos dejamos llevar, lejos muy lejos de los valores esenciales de la vida, aquello que nos enseñaron esas madres y abuelas de mi calle se perdió en el olvido y en la resignación.
La niña vio en los ojos de su abuelo una tristeza que nunca pensó que pudiera existir en aquel hombre que para ella era todo ternura y sonrisas.
Su abuelo mirando a la niña pensó, no es justo que mi niña piense que todo está perdido, tomándola entre sus brazos le dijo, tú y los otros niños de este mundo, los de aquí en tu Valencia, los de allá en mi Uruguay son la esperanza de retornar a esos valores universales, de lograr para todos un mundo más justo y solidario, de respetar al otro aun en la diferencia porque mientras hay valores hay esperanza, porque con educación se generan oportunidades de ser mejores, cuando te veo a ti mi niña de ojos tiernos, tu alegría de vivir y compartir, tú, eres mi esperanza, tú eres fruto de otras tierras con raíces en las mías, tú aprendes lo que me enseñaron a mi mis mayores, tú serás la que hará germinar la semilla del entendimiento y el respeto entre generaciones.
Para nuestros hijos y nietos, el mejor regalo, es dedicarle tiempo para enseñarles a ser hombres y mujeres respetuosos de los valores universales, cada uno desde su lugar, padres, abuelos, maestros, gobernantes, es una tarea de todos.
Mi mayor orgullo es decir, nací en un país donde hemos sido pioneros en los derechos universales, aun antes de que estos existieran por escrito. Volver a conquistarlos es tarea de todos y cada uno de nosotros, se lo debemos a nuestros hijos, nietos y vecinos.
El Quijote de la Rosa.

*: Artículo 1ro. Declaración Universal de los Derechos Humanos.