La vi etérea... apoyada
al borde inalterable del roquedo,
su pecho altanero imbricaba
el aire desgastado con la aurora,
y su majestad herida
y en forma de paloma...
simulaba sucumbir despacio
en su agónica decrepitud,
ante crisantemos
abatidos...
por crepusculares oleadas
de silencio.