Entonces nosotros dos nos elegimos y amamos
como dos pingüinos en el desierto de hielo
protegiendo del frío nuestro único huevo,
el único fruto de nuestro amor desesperado
en el centro de la superficie barrida por el viento
con todas las fuerzas de la naturaleza desatadas
contra nuestra caliente tenaz gota de sangre
no dispuesta a dejarse morir,
no dispuesta a apagarse como una piedra. El sol,
aunque pálido y bajo, volvería a calentar,
ese sol lejano y perdido
en la noche interminable y aparentemente sin alba,
ese sol remoto en los espacios siderales.
La voluptuosidad, la madre de todas las criaturas vivientes,
se despertaría, a pesar de todo, en ese hielo, la antigua
alma Venus, voluptuosidad de los hombres y de los dioses.