Íntimamente hablando, los sueños
tienen arte suficiente
para conmemorar la lejanía y otorgarle un valor
a la vista del ciego, a la fiera preñada,
a la voz amarilla del girasol anciano
movido por la luz. Y, como en la memoria,
partir la inexistencia en pequeñas fracciones,
en cúmulo de abejas
dispuestas a enredar en la mentira. Hasta el extremo
de poner en peligro
las noches solitarias del que quiere perderse
en cierta habitación oculta de un hotel.
Porque la geometría no es conciencia que permanece
intacta en el espacio
sino enredo y secuencia silenciosa,
la forma más discreta del puñal.
Por eso el viento busca dónde apoyar la fuerza,
la imagen pide paso para sentirse cómoda,
los cielos se hacen eco del sol y la tormenta,
y existen mil aristas
donde te echan las cartas.